Introducción



ÉL DIJO y las galaxias rotaron en su lugar, las estrellas resplandecieron en los cielos y los planetas comenzaron a girar en las órbitas alrededor de sus soles: palabras imponentes, sin límites, poder sin ataduras. Habló otra vez y las aguas y continentes se llenaron de plantas y criaturas que corrían, nadaban, crecían y se multiplicaban: palabras que dan vida, inspiración, que hacen vibrar la vida. Volvió a hablar y se formaron el hombre y la mujer, pensaban, hablaban y amaban: palabras de gloria personal y creativas. Eterno, infinito e ilimitado: Él fue, es y siempre será el Hacedor y Señor de todo lo que existe.
Y luego vino en la carne a un punto del universo llamado planeta tierra. El Creador poderoso vino a formar parte de la creación, limitado por tiempo y espacio, susceptible a la edad, a las enfermedades y a la muerte. Pero el amor lo impulsó y por eso vino a salvar y a rescatar a los que estaban perdidos y darles el don de la eternidad. Él es el Verbo; Él es Jesús, el Cristo.
Esta es la verdad que el apóstol Juan nos revela en su libro. El Evangelio de Juan no es la narración de la vida de Jesús, es un argumento poderoso en cuanto a la encarnación, una demostración concluyente de que Jesús fue y es el Hijo de Dios enviado del cielo y la única fuente de vida eterna.
Juan expone la identidad de Cristo desde sus primeras palabras: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios» y en el resto del libro continúa el tema. Juan, el testigo, escogió ocho de los milagros de Cristo (o señales, como Él las llamó), que revelan la naturaleza divina/humana de Cristo y su misión en la que da su vida.
Estas señales son:
  1. cambiar el agua en vino,
  2. sanar al hijo de un oficial del rey ,
  3. sanar al paralítico de Betesda,
  4. alimentar a más de cinco mil con unos cuantos panes y peces,
  5. caminar sobre el mar,
  6. sanar la vista a un ciego,
  7. resucitar a Lázaro y, más tarde, la resucitar Él,
  8. dar a los discípulos una abrumadora pesca de peces.

En cada capítulo la divinidad de Cristo se revela. Y Juan subraya la verdadera identidad de Jesús mediante los títulos que utiliza: Verbo, Hijo unigénito, Cordero de Dios, Hijo de Dios, Pan de vida, resurrección y vida, vid. Y la fórmula es: «Yo soy». Cuando Jesús usa esta frase, afirma su preexistencia y su deidad eterna.
Jesús dice:
«Yo soy el pan de vida»,
«Yo soy la luz del mundo»;
«Yo soy la puerta»;
«Yo soy el buen pastor»;
«Yo soy la resurrección y la vida»;
«Yo soy el camino, y la verdad, y la vida»
«Yo soy la vid verdadera».

Sin dudas, la señal más sobresaliente es la resurrección y Juan nos brinda un conmovedor testimonio del hallazgo de la tumba vacía. Luego narra varias apariciones posteriores a este hecho.
Juan, el fiel seguidor de Cristo, nos ha dado una visión personal y poderosa de Jesús, el Hijo eterno de Dios. A medida que usted lea su historia propóngase creer y seguirle.